jueves, 27 de octubre de 2011

MENTHOL

Jorge y Rosa se conocieron en la oficina en la ella trabajaba.

En aquellos días, Rosa era la secretaria de un importante industrial y él era amigo de su jefe. Jorge pasaba a menudo por la oficina y se entrevistaba con el director.

Desde el primer momento, la joven se percató de que el hombre la miraba con mucha atención pero no hizo mucho caso pues estaba acostumbrada a ello.

En aquellos días, Rosa tenía 25 años, era alta y tenía muy buena figura, con unas piernas muy largas y todas las curvas que hay que tener para llamar la atención. Sus cabellos rubios en una larga melena que se balanceaba de un lado a otro cuando, con esa intención, movía la cabeza de determinada manera.

Nunca se hubiese fijado en él porque Jorge no era su tipo. A ella le gustaban los hombres altos, rubios, con ojos claros y un poco, como diría yo, audaces en el trato con las mujeres.

Jorge en cambio era de estatura normal, un poco calvo, con ojos claros, eso sí, pero llevaba unas gafas que impedían que su mirada llamase la atención. Siempre correctamente vestido, con trajes muy elegantes, pero era de carácter más bien, reservado y algo tímido.

Tenía por aquel entonces cincuenta años y aunque se había casado dos veces, por desgracia había enviudado en las dos ocasiones.

No tenía hijos y se ocupaba de él y de la casa una señora ya bastante mayor que había servido siempre en la casa.

Muy culto, amaba la ópera, y la música clásica. Formaba parte de las juntas directivas de varias entidades sociales y culturales.

De buena posición, su casa era cómoda y espaciosa, en medio de un bonito jardín, en un barrio residencial de mucho prestigio.

Todas esas cosas, no las supo ella al principio de su relación sino que se las fue contando más adelante.

Un día, en la oficina, cuando hacía ya por lo menos un año de la primera vez que se habían visto, a la hora de la comida del mediodía, Rosa no había salido a almorzar porque esperaba la llamada de su noviete.

Ëste, la llamó, pero se enfadaron y decidieron dejar de verse.

Enfadada, colgó con un fuerte golpe el auricular del teléfono y creyéndose sola, comenzó a llorar desconsoladamente, poniendo sus brazos encima de la mesa de despacho y con la cabeza entre los brazos.

Cuando levantó la cabeza, Jorge estaba delante de ella, con una mirada de alarma.

Se quedó helada pero él, sentándose en una silla que había delante de su mesa de trabajo, intentó consolarla muy educadamente.

Cuando más le pedía que se calmase, Rosa más arreciaba en su llanto, hasta que finalmente, se tranquilizó.

En el momento en que la vio más tranquila le preguntó con mucha delicadeza por el motivo de su llanto.

Se lo explicó y pareció aliviado. Pasados ya unos días le dijo que en aquel momento, al verla llorar de aquella manera, temió que se hubiese accidentado o muerto alguien de su familia.

Rosa le preguntó qué hacía allí y le dijo que su jefe le había encargado un tema y que estaba haciendo algunas llamadas sobre el encargo.

En resumen, Jorge le preguntó si ya había almorzado y al decirle que no, La invitó a comer con él.

Al principio ella no quería pero insistió en que debía salir y tomar un poco el aire y distraerse.

Visto así, el hombre tenía razón y saliendo de la oficina, comieron juntos en un restaurante cerca del lugar en el que Rosa trabajaba.

Durante la comida ella empezó a darse cuenta de que a pesar de no ser guapo, tenía un cierto atractivo.

A partir de ese día, comenzó a pasarse por la oficina en muchas más ocasiones. Casí siempre a la última hora de la mañana, para poder invitarla a comer.

El jefe de Rosa, se daba cuenta de que su amigo estaba enamorándose de su joven secretaría y no podía evitar bromear con él sobre el tema, propiciando las ocasiones de que estuvieran juntos.

La verdad es que debido a la diferencia de edad entre los dos y que al que ella fuese vistosa y él algo tímido, muchas personas se imaginaban que eran la típica pareja formada por un hombre ya mayor, adinerado y una muchacha bastante más joven, que estaba con él por su posición.

No era así. Jorge se había enamorado de Rosa, pero ella también se había acostumbrado a él y se sentía feliz a su lado.

Finalmente se le declaró y ella le aceptó.

Sin embargo, no todo era de color rosa. Hablando con él, Rosa descubrió que había sido compañero de estudios nada menos que de su padre.

Efectivamente, el padre de Rosa tenía la misma edad que Jorge y desde luego, nunca hubiera entendido que su hija saliese precisamente con éste.

Por éso, ella no dijo nada a su familia sobre esta relación. Sabían que salía con alguien pero nunca les explicó quien era. Pensaba hacerlo más adelante.

Fue pasando el tiempo y cada día se sentían más felices. Rosa fue su acompañante en diversos actos de las organizaciones de las que formaba parte y él se sentía orgulloso de ver las miradas de envidia que en ocasiones le lanzaban algunos conocidos suyos.

Estaba loco por ella e ilusionado como un adolescente.

A pesar de todo, aún no habían mantenido relaciones sexuales. Tonteaban, éso sí, pero no todavía no se habían acostado juntos.

Los dos tenían ganas de hacerlo y decidieron aprovechar un fin de semana en que él tenía que asistir a unas conferencias internacionales de economía que tendrían lugar en un conocido y famoso hotel de la Costa Brava catalana para pasar juntos esos tres días.

Todo perfecto. El hotel, lujoso y muy cómodo, los paisajes, muy hermosos y, ellos dos, enamoradísimos, con la ilusión de su primera “noche de amor”.

Pero las cosas no salieron como deseaban. El viernes, después de cenar, estuvieron tomando unas copas y paseando por la playa cogidos por a cintura. Luego se fueron a su habitación.

Empezaron a besarse. A Rosa nadie la había besado como Jorge, con sus besos, conseguía ponerla a cien en menos de un minuto. Mientras se desnudaban rápidamente, con urgencia, se dejaron caer abrazados sobre la gran cama de matrimonio que presidía la habitación.

Jorge comenzó a besarla y a lamerle los senos, mientras ella le acariciaba la cabeza y luego su boca fue bajando por el estómago y el vientre, hasta su pubis, excitándola para ponerla a punto para la penetración.

Allí, jugueteó con su vello púbico y luego continuó frotando con su lengua en el clítoris, hasta que consiguió que le suplicase que la tomara de una vez.

Pues no. No pudo ser. De tanta ilusión que le hacía, en el mismo momento en que iba a penetrar en su vagina, no pudo evitar eyacular antes de poder entrar dentro de ella.

Su desesperación fue mayúscula. Con rabia e impotencia dio dos fuertes golpes en la cama y avergonzado, casi se puso a llorar.

Rosa intentó tranquilizarlo diciéndole que no tenía importancia, que en otro momento, sin duda podría hacerle el amor, que ya lo volverían a intentar al cabo de un rato.

Al final él se tranquilizó y le pidió disculpas por no haber podido “cumplir”. Le dijo que era la primera vez que le ocurría y que suponía que era debido al exceso de ilusión que sentía por ella porque había accedido a ser su amante.

Aceptó sus disculpas y pasado un rato se durmieron abrazados.

Sobre las seis de la mañana Jorge se despertó acariciándola y besándola. Lo intentó otra vez. Ella le dijo que no era necesario que antes del coito intentara excitarla tanto, que ella tenía la suerte que sólo con sus besos se sentía ya a punto.

Fue en vano. Volvió a ocurrir lo mismo.

Destrozado, se levantó y se fue a dar un paseo por la playa.

Rosa se quedó en la cama reflexionando sobre el tema y pensando que si cada vez que intentase hacer el amor con ella le ocurría lo mismo, al final, no volvería a intentarlo. Y éso podía dar al traste con su relación.

Jorge volvió de la playa, tomaron el desayuno y luego, él marchó a las conferencias que habían propiciado su viaje.

La joven telefoneó a Adela, una amiga que tenía más experiencia que ella ya que estaba casada y le explicó lo que les pasaba.

Adela le dijo que fuese muy cariñosa con él y que fuese ella la que tomara la iniciativa en cuanto a las caricias. Le explicó cómo hacer para que a él se le levantara el pene y se le endureciera. Y que si éso fallaba, que el menthol era afrodisíaco.

Rosa decidió buscar una farmacia y comprar un frasco de colutorio con sabor a menthol.

Aquella noche, fui ella la que empezó a acariciarlo.

Como había hecho él la noche anterior, de su boca pasó a besarle en el cuello, detrás de las orejas. Se estremeció y ella continuó besándole y acariciando su pecho, mordiéndole delicadamente los pezones de sus tetillas y lamiéndole, bajando por el vientre hasta su pene. Lo tomó n sus manos y lo fue acariciando siguiendo las instrucciones de Adela. Se lo besó incluso y en efecto, se fue endureciendo y empinando. Jorge estaba encantado con sus caricias y cuando a ella le pareció que estaba a punto, intentó introducir su pene en la vagina de ella.

No dio tiempo. Volvió a pasar lo mismo.

!Qué frustración! En esta ocasión ella también se sintió mal porqué le dio por pensar que no sabía ser lo suficiente sensual ni diestra en sus caricias para excitarle.

!Jorge estaba desesperado! !Un bombón como aquel y no había forma de poder comérselo!

Rosa le dejó descansar un rato y luego le dijo que le habían comentado que el menthol era afrodisíaco y que tenia un frasco de colutorio con gusto a menthol en el lavabo, que si quería, podían intentarlo.

Al principio él no estaba muy convencido pero finalmente accedió a que le masajeara el pene con el liquido del frasco.

Rosa no supo bien lo que pasó pero, de repente, Jorge se levantó corriendo de la cama y se metió en el cuarto de baño. Entró detrás e él y lo encontró metiendo su pene en el lavabo que había llenado de agua fría.

Al pobre hombre, con el masaje con el menthol, le había dejado el pene hecho unos zorros.

FIN

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