jueves, 21 de octubre de 2010

NATURALEZA MUERTA

Descendiendo despacio
siguiendo las curvas de la carretera,
camino abajo hacia el mar,
árboles y más árboles,
bosques y más bosques,
de un verde esplendoroso
y al fondo, el intenso azul del mar.

Un espectáculo hermoso
con que la Naturaleza nos obsequia,
alegrado con la música
de los alegres cantos de los pájaros
y acompañado del aroma
de pinos y de otras múltiples plantas.

Un bellísimo paisaje mediterráneo,
de ese “mare nostrum” que amamos
y que ha acogido a su vera
a esa civilización gozosa y sabia a la vez,
y de la cual, agradecida, creía formar parte.

Sí, agradecida y también orgullosa,
de ser y sentirme, mediterránea,
de haber nacido en sus riberas,
de llevar en la piel el sabor del mar
y en el alma, como en un amplio espacio,
la anchura de la libertad.

Pero éso se ha acabado:
en un verano cruel,
en el que el cielo pareció olvidarnos,
los bosques se tiñeron de rojo
y el fuego lo invadió todo,
un verano en el que calor y miedo,
humo y angustia,
no nos dejaban respirar
y nos sentimos atemorizados.

Entre el fragor de las llamas,
con los bosques y sus habitantes,
nuestros hermanos animales,
ha perecido también la dulce esperanza
de que aún podíamos soñar.

Los sueños ya no existen,
murieron quemados
con las vidas que se han perdido.

Nos han invadido y nos están venciendo,
las gentes frías y calculadoras
en busca de máximo beneficio al precio que sea,
aún dañando a seres indefensos,
en nombre del bien común y general.....

¿Bien común?
Una burda mentira
que intenta disimular sin conseguirlo,
la ambición desatada,
el deseo de poder por encima de todo,
escondiéndose bajo el nombre del progreso.


¿Progreso?

Ese fuego nos demostró a la vez,
que con la desmedida codicia,
la estupidez, la inconsciencia,
el desmesurado egoísmo,
la imprevisión y la incompetencia,
la irresponsabilidad y la desorganización,
esos males menores,
tan corrientes y aceptados,
nuestro mundo se muere,
nuestro entorno, se asfixia
y a nuestros hijos,
nuestros desdichados descendientes
sólo dejaremos un planeta
en el que no podrán respirar,
invadido por los desechos
de nuestro Progreso,
en el que miles de especies
de animales han desaparecido.

Les dejamos una herencia envenenada
muy difícil de asumir,
no el precioso planeta azul,
que nosotros heredamos.

Contra el fuego,
sólo unos pocos lucharon:
bomberos y voluntarios,
vecinos y soldados,
con entrega y heroísmo,
perdiendo en ocasiones,
el único y preciado bien
que tenemos las gentes sencillas:
la vida.


Y, fue entonces,
cuando, bruscamente,
me di cuenta
de que a esa civilización,
sabía y gozosa a la vez,
y de la cual, agradecida y orgullosa,
creía formar parte,
la están oprimiendo y matando,
esas gentes frías y calculadoras
en busca del máximo bien a cualquier precio.

!Debemos plantarles cara,
hemos de rebelarnos,
no podemos dejar que ganen,
debemos luchar contra ellos!

Que no nos pisen,
que no nos maten,
debemos unirnos
las gentes sencillas,
debemos hacerlo,
aunque no tengamos ganas.

Nos jugamos demasiado si perdemos:
un planeta desolado.

Mientras tanto,
descendiendo despacio
siguiendo las curvas de la carretera,
camino abajo hacia el mar,
ya no hay ni árboles ni bosques,
ni cantos de pájaros
ni olor a pinos y a plantas.
y aunque al fondo
aún se ve el intenso azul del mar,
el resto es una terrible fotografía
en blanco y negro,
con un acre olor a humo
y con el helado silencio del desastre.

Y, con el desastre,me invade la rabia,
de momento, impotente,
contra quienes han propiciado
ese espectáculo dantesco,
esa antesala del horror,
esa terrible fotografía llena de muerte.

 NOTA: TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

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