lunes, 25 de abril de 2011

EL ESTORNUDO DE MUERTO

Esta historia singular ocurrió en Barcelona en 1967.

Corría el mes de marzo, concretamente era el dia 18, el día antes de la festividad de San José.

Mi tío Nicanor vivía en una casa de dos plantas, situada en el barrio de San Andrés. Era una casa bastante grande con un terreno alrededor, en el que mi tío había plasmado su imaginación de urbanita recién llegado de su pueblo, allá en Aragón. Había plantado tomates, patatas, cebollas, pepinos, berenjenas, pimientos, calabacines, judías, guisantes, apios, coliflores, berzas, coles, ajos, nabos, escarolas, melones, sandías y diversos árboles frutales.

El huerto, porque se trataba de un huerto, tenía una gran extensión para estar en una ciudad. Era casi tan grande como una manzana de casas.

El tío Nicanor pasaba allí todo el tiempo que le permitía su trabajo, cuando aún trabajaba y luego cuando se jubiló, todo el día estaba en el huerto.

Recuerdo a mi tío (era tío-abuelo mío) vestido como un gañán, con un gran sombrero que le protegía del sol y casi siempre con una azada en las manos.

Cuando yo iba a visitarlo que solía ser una vez cada 15 días, en domingo, siempre me cogía de la mano y íbamos a ver cómo estaba el huerto. Casi siempre nos acompañaba su perro “Tigre”, muy fiero para casi todo el mundo, menos para tío Nicanor y por un capricho del destino, tampoco para mí, ya que el perro me adoraba.


He de decir que de aquellos días, han quedado para siempre en mi mente los olores de las diferentes frutas y hortalizas que él plantaba y cuidaba. Si era el tiempo, solía darme un tomate, lo lavaba y me lo entregaba para que me lo comiese sin siquiera aliñarlo. Era como un ritual y yo me lo comía encantada.

Con los años, he sentido en muchas ocasiones, añoranza del intenso sabor de aquellos tomates y muchas veces, cuando he ido al campo y paso cerca de algún huerto, el olor de los vegetales allí plantados me hace volver a aquellos momentos pasados junto al tío Nicanor.

Tío Nicanor, estaba casado con mi tía Alfonsina y tenía varios hijos: Ramona, Jaime, Montse y Maria Nieves.

La tía Alfonsina criaba gallinas, pollos, patos, pavos y casi siempre había polluelos, con lo cual las visitas a estos familiares, para mi que había nacido y crecido en la ciudad, eran harto fascinantes.

Volviendo a la historia, ése día del mes de marzo, tío Nicanor tomó tranquilamente su comida del mediodía, junto con su mujer y sus hijos, se tomó su café y su copa de aguardiente y se fue al huerto.

Al cabo de un rato, “Tigre” fue hacía donde estaba la tía Alfonsina. Ladraba sin cesar y con los dientes le estiraba de la falda. La tía, extrañada, le siguió hasta el huerto y allí encontró a su marido, sin sentido, caído en el suelo, con la azada a un lado y el sombrero también en el suelo.

La mujer llamó a gritos a sus hijos y éstos acudieron. Se encontraron con su padre inerte y con la madre, a su lado, llorando desconsoladamente.

Jaime, el hijo mayor, tocó a su padre y vio que estaba muerto. Entre todos lo llevaron al interior de la casa y lo tendieron en su cama.

Llamaron inmediatamente al médico pero éste no pudo hacer nada, salvo certificar que el tío Nicanor, había fallecido de muerte natural, concretamente, de una embolia.

A continuación, los hijos del tío, comunicaron el luctuoso suceso al resto de la familia.

Cuando avisaron a mis padres, éstos nos dieron la noticia a mi y a mi hermano y nos dijeron que aquellla noche, ellos iban al velatorio del tío y que nosotros nos quedábamos a cargo de la abuela.

Mi hermano tenía solamente diez años y era aún muy pequeño, pero yo, había cumplido los trece y ya me creía muy mayor.

Dije a mis padres que yo también quería asistir al velatorio. No había participado nunca en un acto de este tipo y sentía una gran curiosidad, algo morbosa, por el tema.

Mis padres al principio dijeron que no, pero luego mi padre, ante mi insistencia y dado que al día siguiente no había escuela por ser San José, decidió que podía acompañarles y así satisfacer mi curiosidad. También creía mi padre, que el tema de la muerte, era natural y no había que ocultarlo ni disfrazarlo y que cuando antes me acostumbrase a aceptarlo como una cosa más, mejor que mejor.

Total, que después de cenar, y sobre las nueve y media de la noche, llegamos a la casa de los tíos.

Allí había bastantes personas, la mayoría sentadas alrededor de la mesa de comedor. Todos ellos vestían de negro, como era de rigor entonces.

En aquellos días, aún no se había puesto de moda, llevar a los difuntos a los tanatorios.

Los velatorios se hacían en casa. Yo no sé en el resto de las familias pero en la nuestra, había una tía-abuela, ya bastante mayor, la tía Felipa, menuda pero muy enérgica que se ocupaba de todos los detalles y de toda la familia, cuando ocurría un hecho luctuoso.

Quizás era porque la tía Felipa había enviudado joven y también se le habían ido muriendo todos sus hijos, estaba acostumbrada a los duelos. Normalmente, no asistía casi nunca a las bodas, bautizos y comuniones, pero, cuando fallecía alguien de la familia, se presentaba en casa del finado o finada, consolaba a los parientes, tomaba el timón de la casa, normalmente sin timonel por anonadamiento de los familiares directos y se ocupaba de todo.

Organizaba los responsos, recordatorios, esquelas, permisos y tasas, ataud, entierro, etc.

Preparaba grandes cantidades de café y comida para todos los asistentes al velatorio.

Pues bien, cuando llegamos estaban cenando. La mujer y los hijos del finado comieron algo, sin apetito, ya que todos insistían en que debían tomar algo. El resto, amigos y parientes no tan directos, comían a dos carrillos.

Papá y mamá abrazaron a la tía Alfonsina y a sus hijos. La tía arreció en sus llantos y la tía Felipa nos quiso mostrar “lo bien que había quedado el tío”.

Entramos en la habitación de los tíos. Habían quitado la cama de matrimonio y allí en medio del cuarto y sobre una tabla de madera, colocada encima de unos caballetes también de madera, todo ello cubierto por unas telas de terciopelo de color morado, habían colocado el ataud con el cadáver del tío Nicanor.

Cuatro candelabros de pie, en metal y cada uno de ellos con un enorme cirio, acababa de completar el fúnebre cuadro.

El tío, vestido con su mejor traje, rígido y con la piel ya cérea, cerrados los ojos y las manos entrelazadas encima del vientre, no parecía el mismo, ya que casi siempre lo había visto con su ropa del huerto.

Rezamos un padrenuestro por su alma y salimos todos del cuarto.

La tía Felipa salió detrás nuestro y dejó la puerta abierta.

En este momento, he de describir la disposición de las habitaciones de la planta baja de la casa de los tíos.

De la puerta que daba a la calle, nacía un ancho pasillo que iba hasta el comedor. A ambos lados del pasillo se encontraban distribuidas el resto de las habitaciones.

Entrando a la derecha, la habitación de los tíos, ahora, convertida en sala mortuoria. Luego el cuarto de baño y la salita. Del otro lado de pasillo, las tres habitaciones de los hijos: una para Jaime, otra para la chica mayor y otra, compartida por las dos más jóvenes. Al otro extremo del pasillo, el comedor y a la derecha, la cocina. Del comedor se salía al patio y de allí, al huerto

La mayoría de los asistentes estaba en el comedor y alguno en la salita.

Después de la cena, tomaron todos café y cortados.

Algunos de los presentes, decidieron que ya era hora de marchar a sus casas.

Llamaron a la puerta y una vez abierta, entraron mis abuelos, y sus hijos, Pilar, Teresa y Jaime.

La tía Alfonsina era la hermana menor de mi abuelo, por lo tanto, mis abuelos eran cuñados del finado.

Los hijos de mis abuelos, Pilar, de trece años, Teresa de dieciseis y Jaime de veintiuno, eran hermanos de mi madre, es decir, mis tíos carnales. Pero eramos más que tíos y sobrina, amigos y compañeros.

Al cabo de poco rato, Pilar, Teresa y Jaime se reunieron conmigo en la salita. Cerramos la puerta y empezamos a jugar a cartas.

Después de rezar varios rosarios, los mayores empezaron a hablar de sus cosas y fueron pasando las horas lentamente.

La tía Felipa de vez en cuando servía más café.

Sonaron en el reloj de pared las dos de la madrugada. Mi tío Jaime fue al cuarto de baño y a la vuelta nos dijo que los mayores estaban explicando chistes.

Dejamos las cartas y salimos de la salita para enterarnos de qué iban los chistes.

Para que no fuera tan evidente que estábamos escuchándolos nos quedamos de pie en el pasillo, cerca de la puerta de la habitación en la que estaba el cadáver.

Los chistes eran sobre entierros, cementerios, muertos, etc.

!Cual no seria nuestra sorpresa, cuando de pronto, oímos claramente un estornudo, que provenía de la habitación del tío!.

Aterrados, corrimos hasta el comedor y allí explicamos lo ocurrido.

No nos creyeron y se burlaron de nosotros. Sólo la tía Felipa, que salía de la cocina, les dijo a mi padre y a mi abuelo que la acompañasen.

Los tres, entraron en la cámara mortuoria y vieron que no había en ella nadie más que el cadáver.

Mis tíos y yo, en el pasillo, acoquinados, esperábamos intranquilos.

Al cabo de un momento nos llamaron desde dentro y muy despacio, entramos en a habitación.

Estaban alrededor del ataud y nos señalaron la boca del tío Nicanor. Nos acercamos y observamos un pequeño hilillo de sangre que salía de la comisura de su boca.

!No habían sido imaginaciones nuestras!

La tía Felipa nos explicó que en ocasiones, los cadáveres quedan con aire dentro del cuerpo y en un momento dado, lo expulsan.

El tío Nicanor, muerto en pleno proceso de la digestión, había expulsado el aire que tenía en su interior y a nosotros el sonido de dicha expulsión, nos había sonado como un estornudo.

He de decir, que a pesar de la lógica de dicha explicación, tanto a Pilar, a Teresa, a Jaime y a mi misma, este hecho nos acobardó y decidimos dejarnos de velatorios y irnos para nuestras casas, pasando antes por un bar abierto todavía en el que nos tomamos algo para que de nos pasase el susto.

Al día siguiente, festividad de San José, enterramos al tío Nicanor.

Han pasado casi cuarenta años. En este tiempo, por desgracia he asistido a múltiples entierros y velatorios, pero nunca he olvidado aquel primero, en el cual el difunto ”estornudó”.

                                FIN


NOTA: TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

EL ENTIERRO DEL TIO



Joan y María dormían profundamente.

Se habian acostado muy tarde, cuando eran ya más de las dos.

Habían pasado todo el dia en el Hospital. El tío Francesc, habia sufrido un infarto y estaba muy grave. Los médicos les habían dicho que su muerte era cuestión de horas.

Sonó el timbre del teléfono. Su sonido estridente rompió el silencio de la noche.

Joan se despertó y cogió el auricular.

"Díga"

Era del Hospital. El tío había fallecido. Debía ir para iniciar los trámites pertinentes para el entierro.

Dijo que sí, que iría al cabo de un par de horas.

Colgó el auricular.

Miró el despertador que había encima de la cómoda y vió que eran sólo las siete de la mañana.

María, su mujer, también se había despertado y le preguntó:

"El tio...?"

"Sí, Ha muerto. Debo ir al Hospital. ¿Sabes dónde tenía el tío los papeles de la funeraria y de su nicho?"

Francesc Sorribes, era el tio de Joan. No tenia más família directa que ellos.

De todas formas, era Maria quien cuidaba del tío. Joan tenia un trabajo que le exigía viajar mucho. Era representante de una empresa de motocicletas.

Maria respondió: "En el segundo cajón del escritorio de su despacho".

Joan se levantó y de vistió. María también se levantó de la cama y fue a la cocina a preparar el café.

Después de tomarse el café, el hombre se fue a casa de su tío. Llevaba las llaves que le había dado su mujer.

Una vez llegado al piso, abrió la puerta y entró.

Todo estaba como siempre. La única cosa diferente eran unos tubos de pastillas desparramados encima de la mesa del comedor. Cuando su tío se sintió mal, antes de llamar a la ambulancia, debió tomarse alguna pastilla.

Abrió el cajón del escritorio que le había dicho su esposa, y, efectivamente, allí había un sobre grande de papel de color marrón con un letrero escrito con rotulador negro, que decía:

"Cosas a hacer en el momento de mi muerte"

Joan abrió el sobre y encontró la póliza de la funeraría con el útimo recibo pagado, los documentos del nicho donde estaba enterrada Enriqueta, la mujer del tío, en el cementerio de Les Corts, de Barcelona, las llaves del mísmo, un catálogo de ataudes, especificando el modelo que su tío deseaba para él, un papel escrito con el texto que quería impreso en su recordatorio, el de la esquela para los períodicos, su testamento, las libretas de las cuentas de las cajas de pensiones a su nombre y al de Joan y una relación de les personas a las cuales debía avisar de su fallecimiento. El tío había previsto incluso el epitafio que deseaba en su tumba:

"Asi como me veís, vosotros también estareis"

El tío Francesc siempre había sido un tanto irónico e irreverente.

Joan se admiró de la meticulosidad de su tío: Había pensado en todo.

Cogió el sobre y marchó hacía el Hospital donde se entrevistó con los médicos que habían atendido a su tío, también con una señora que le ayudó a realizar todos los trámites necesarios para la contratación de la capilla mortuoria y para el entierro. Convinieron la hora de éste y luego pidió que le dejaran estar unos momentos a solas con el cadáver de su tío.

Lo acompañaron hasta el depósito de cadáveres

El cuerpo del tío estaba sobre un mármol blanco, en espera de su colocación dentro del ataud que había escogido él mismo.

Lo habían amortajado con un traje azul oscuro, camisa banca y corbata amarilla. Era la ropa que tenia en el armario de la habitación del Hospital y que debía haber llevado, el día antes, María, su mujer.

Parecía que dormía, su semblante completamente en paz, aunque su piel había adquirido ya un tono céreo.

Joan sentia mucho a muerte de su tío, aunque éste fuese ya muy mayor. Recordaba que cuando el era sólo un niño, había sido el tío Francesc quien le había llevado un domingo si, otro no, al campo de fútbol a ver los partidos del Barça. Pues, el tío, era un culé de los de verdad. Hasta había colaborado con el Club en diversas ocasiones y había conseguido contagiar de su afición a Joan.

También recordó con agradecimiento que era su tío quien lo había hecho socio del Barça cuando era muy joven y que durante toda su vida no dejó nunca de pagarle el carnet de socio.

Rezó unas oraciones por el alma del tío y, luego, se fue a su casa, ya que aún debía comunicar el deceso a todos los que el finado, deseaba se comunicase su defunción.

Cuando llegó a su casa fue avisando del fallecimiento de tío Francesc, a todos los que figuraban en la relación, indicando también que el entierro tendría lugar, a las once de día siguiente, en el cementerio de Les Corts. Que en el tanatorio del mismo cementerio, estaba la capilla mortuoria, y que, a partir de les doce de aquel mismo día, ya se podía visitar.

Su mujer hizo también algunas llamadas. Más tarde, juntos, marcharon al tanatorio.

No fue mucha gente. El tío tenía ya, noventa años en el momento de su muerte y la mayoría de sus amistades y familiares, hacía tiempo que habían fallecido.

Al día siguiente, y después del responso, tuvo lugar el entierro, allí mismo, en el cementerio.

Eran sólo ocho personas, además de los enterradores: Joan y Maria, los sobrinos, cuatro conocidos de tío y dos representantes del Club.

Era a mediados de marzo y el día era gris, ventoso y frío. Su mujer, que vestia chaqueta y una falda bastante amplia, tenía que sujetarse la falda porque el aire se la levantaba.

Cuando iban a proceder al enterramiento del tío, los enterradores, sacaron del interior del nicho, los restos de la tía Enriqueta, la mujer del difunto, que le había precedido hacía ya muchos años y los dejaron sobre un panteón que había al lado del grupo de nichos.

Imaginaos la escena: todos los asistentes, con el continente propio de la ocasión, alrededor del nicho en el cual se iban a depositar los restos mortales del tío Francesc.

De súbito, se levantó una fuerte ráfaga de aire y los restos mortales de la pobre tía Enriqueta, fueron a parar a los rostros de los asistentes que no pudieron evitar quedar estupefactos, boquiabiertos y medio desmayados.

En aquel momento, a Joan le pareció, aunque, claro está nunca pudo estar seguro de ello, oir una carcajada contenida procedente del ataud del tío Francesc.

FIN

NOTA: TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

DOL A L'ÀNIMA

ELEGIA



Ja fa quinze anys que no ets ací
ja fa quinze anys que vàres marxar,
ja fa quinze anys d'aquell dia tant trist
en el qual el món s'enfonsà per a mi
i vaig adonar-me'n que havia perdut
al ser que més m'havia estimat.

Ja fa quinze anys d'aquell infaust dia
en el què el sol de la primavera escalfava,
en el què hi havíen cançons a l'aire.
Mentre el meu cor es trencava,
ja fa quinze anys del dia
en el què dins de mi s'instal.là una tristor
que jamai m'ha abandonat.

Fa ja quinze anys d'aquell dissortat dia
que mai oblidaré, en el qual la teva mà
dins la meva, i, poc a poc,
es tornava més i més freda.
En el qual, encara que jo estés al teu costat
i abraçan-te. no t'encomanava la meva calor.

Maleït dia,
aquell en el qual vaig cloure els teus ulls blaus
perquè ja no en veien!
els teus ulls que ja no teníen esguard!

Funest dia,
aquell en què et vaig besar
i en el què per primera vegada
no em tornares el meu bes!

T'enyoro! T'enyoro!
I cada dia que passa, més i més!
Vaig pensar que el temps esvaïria la meva tristor,
però cada dia que passa, em sento més i més orfe.
Ens fas tanta falta a tots!
Ens vas estimar tant i vàres fer que ens sentíssim tant feliços!

Dissortament,
al món no hi ha hagut gaires com tu:
rectes, al.legres, amables i tendres,
senzills i al mateix temps, grans
i, tant entranyables!
Éssers que han intentat fer millor
les vides dels què estimàven,
i que a tothom han donat ajut
sense esperar res a canvi,
amb al.legria, com si això no fora res.

Vàres apreciar tan la vida:
fruïes de totes les coses,
fins i tot de les més petites.
Una planta, un núvol, la pluja,
un ocell, els infants,
els llibres i la música,
un menjar, una olor.

Hem compartirt tant tu i jo:
els meus primers passos,
les meves primeres paraules,
el meus primers dubtes,
aquells inacabables debats
sobre el diví i l'humà,
els meus amors,
els meus éxits i les meves errades,
i, sempre que et vaig necessitar,
allí vàres estar.

Ja fa quinze anys que no ets ací,
quinze anys ja d'aquell dia horrible,
en el qual recollint les teves coses,
en obrir la teva cartera
vaig veure la meva fotografia
i vaig adonar-me'n que havia perdut
al ser que més m'ha estimat.

Sí, ja fa quinze anys d'aquell terrible dia
en el qual va morir el meu pare!

NOTA: RESERVATS TOTS ELS DRETS

sábado, 2 de abril de 2011

CIRCE/AFRODITA Y EL FAUNO

Te he conocido y te he encontrado,
después de muchas vueltas de mi vida,
a ti, mi otro yo, mi hermosa Circe,
virgen aún en las caricias,
y a los tormentos del deseo, inmune.

Te he conocido y me has hechizado,
con tu encanto me has enamorado,
y guardo para ti mi amor entero,
mientras tú, querida mía,
avanzas hacia mi solo un poco
y luego con miedo te retiras,
esquiva cual gacela huidiza,
y sé que quien sepa enamorarte,
alcanzará en tus brazos el cielo.

Con esa mirada franca y confiada,
con ese cuello que atrae los besos,
con esa boca sensual y generosa,
con tus atrevidos escotes,
en los que firmes se adivinan
tus redondos y jóvenes senos,
esperas al príncipe que te despierte,
de tu juvenil sueño adolescente
y te muestre el poder de tus armas,
que cierto estoy, encadenaran ardores
de tus futuros amadores,
y no te has dado cuenta aún que, a tu lado,
este viejo fauno enamorado,
tu vino desearía haber gozado.

Pasan los años y por fin has despertado,
y ha sido otro quien tu flor ha disfrutado,
pero aquellos que te han moldeado,
han hecho de ti, cual Afrodita,
de una niña, una mujer exquisita,
una diosa que atrae sin remedio,
y que sabe calmar la sed y el tedio,
con sus caricias y sensuales ademanes,
dejando en las venas de tus amantes,
cristalizados cual diamantes,
tu entrañable sabor y tu perfume,
dulces, pero también, crueles venenos,
de los que imaginamos, gozamos,
y que, cual insólita y inexplicable venganza,
de tu piel y tu cuerpo, dejan añoranza.

Y, por fin, al viejo fauno, has aceptado,
en tu templo de amor le has acogido,
junto a ti, en tu cama, ha despertado
en sus brazos has gozado,
y él en los tuyos ha saboreado,
tu dulce ternura y tu sexo desbocado.

Pero, no........
él no ha tenido bastante,
ha bebido en tu fuente,
pero no se he refrescado,
antes bien al contrario, cuando
de su sueño de amor ha despertado,
tiene aún más sed de ti que antaño,
porque le has llenado de placer,
pero también le has hecho daño,
ya que tu cuerpo le has entregado,
sus sueños más sensuales has colmado
y sin embargo, no le has amado,
sólo un poco de ti le diste,
pero éso para él no es suficiente,
y su corazón ante ello se resiente,
porque este viejo fauno enamorado,
lo que siempre ha querido y deseado,
es saberse por ti, amado.

Y ahora, que ya es tarde para todo,
que se acaba mi tiempo y luchar no puedo,
sólo quiero asegurarte
que el milagro de encontrarte,
de gozar de tu amistad y tu confianza,
de haber sido tu amante aunque no tu amado,
es lo mejor que la vida me ha dado
y que !siempre, siempre te he añorado!

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS