Joan y María dormían profundamente.
Se habian acostado muy tarde, cuando eran ya más de las dos.
Habían pasado todo el dia en el Hospital. El tío Francesc, habia sufrido un infarto y estaba muy grave. Los médicos les habían dicho que su muerte era cuestión de horas.
Sonó el timbre del teléfono. Su sonido estridente rompió el silencio de la noche.
Joan se despertó y cogió el auricular.
"Díga"
Era del Hospital. El tío había fallecido. Debía ir para iniciar los trámites pertinentes para el entierro.
Dijo que sí, que iría al cabo de un par de horas.
Colgó el auricular.
Miró el despertador que había encima de la cómoda y vió que eran sólo las siete de la mañana.
María, su mujer, también se había despertado y le preguntó:
"El tio...?"
"Sí, Ha muerto. Debo ir al Hospital. ¿Sabes dónde tenía el tío los papeles de la funeraria y de su nicho?"
Francesc Sorribes, era el tio de Joan. No tenia más família directa que ellos.
De todas formas, era Maria quien cuidaba del tío. Joan tenia un trabajo que le exigía viajar mucho. Era representante de una empresa de motocicletas.
Maria respondió: "En el segundo cajón del escritorio de su despacho".
Joan se levantó y de vistió. María también se levantó de la cama y fue a la cocina a preparar el café.
Después de tomarse el café, el hombre se fue a casa de su tío. Llevaba las llaves que le había dado su mujer.
Una vez llegado al piso, abrió la puerta y entró.
Todo estaba como siempre. La única cosa diferente eran unos tubos de pastillas desparramados encima de la mesa del comedor. Cuando su tío se sintió mal, antes de llamar a la ambulancia, debió tomarse alguna pastilla.
Abrió el cajón del escritorio que le había dicho su esposa, y, efectivamente, allí había un sobre grande de papel de color marrón con un letrero escrito con rotulador negro, que decía:
"Cosas a hacer en el momento de mi muerte"
Joan abrió el sobre y encontró la póliza de la funeraría con el útimo recibo pagado, los documentos del nicho donde estaba enterrada Enriqueta, la mujer del tío, en el cementerio de Les Corts, de Barcelona, las llaves del mísmo, un catálogo de ataudes, especificando el modelo que su tío deseaba para él, un papel escrito con el texto que quería impreso en su recordatorio, el de la esquela para los períodicos, su testamento, las libretas de las cuentas de las cajas de pensiones a su nombre y al de Joan y una relación de les personas a las cuales debía avisar de su fallecimiento. El tío había previsto incluso el epitafio que deseaba en su tumba:
"Asi como me veís, vosotros también estareis"
El tío Francesc siempre había sido un tanto irónico e irreverente.
Joan se admiró de la meticulosidad de su tío: Había pensado en todo.
Cogió el sobre y marchó hacía el Hospital donde se entrevistó con los médicos que habían atendido a su tío, también con una señora que le ayudó a realizar todos los trámites necesarios para la contratación de la capilla mortuoria y para el entierro. Convinieron la hora de éste y luego pidió que le dejaran estar unos momentos a solas con el cadáver de su tío.
Lo acompañaron hasta el depósito de cadáveres
El cuerpo del tío estaba sobre un mármol blanco, en espera de su colocación dentro del ataud que había escogido él mismo.
Lo habían amortajado con un traje azul oscuro, camisa banca y corbata amarilla. Era la ropa que tenia en el armario de la habitación del Hospital y que debía haber llevado, el día antes, María, su mujer.
Parecía que dormía, su semblante completamente en paz, aunque su piel había adquirido ya un tono céreo.
Joan sentia mucho a muerte de su tío, aunque éste fuese ya muy mayor. Recordaba que cuando el era sólo un niño, había sido el tío Francesc quien le había llevado un domingo si, otro no, al campo de fútbol a ver los partidos del Barça. Pues, el tío, era un culé de los de verdad. Hasta había colaborado con el Club en diversas ocasiones y había conseguido contagiar de su afición a Joan.
También recordó con agradecimiento que era su tío quien lo había hecho socio del Barça cuando era muy joven y que durante toda su vida no dejó nunca de pagarle el carnet de socio.
Rezó unas oraciones por el alma del tío y, luego, se fue a su casa, ya que aún debía comunicar el deceso a todos los que el finado, deseaba se comunicase su defunción.
Cuando llegó a su casa fue avisando del fallecimiento de tío Francesc, a todos los que figuraban en la relación, indicando también que el entierro tendría lugar, a las once de día siguiente, en el cementerio de Les Corts. Que en el tanatorio del mismo cementerio, estaba la capilla mortuoria, y que, a partir de les doce de aquel mismo día, ya se podía visitar.
Su mujer hizo también algunas llamadas. Más tarde, juntos, marcharon al tanatorio.
No fue mucha gente. El tío tenía ya, noventa años en el momento de su muerte y la mayoría de sus amistades y familiares, hacía tiempo que habían fallecido.
Al día siguiente, y después del responso, tuvo lugar el entierro, allí mismo, en el cementerio.
Eran sólo ocho personas, además de los enterradores: Joan y Maria, los sobrinos, cuatro conocidos de tío y dos representantes del Club.
Era a mediados de marzo y el día era gris, ventoso y frío. Su mujer, que vestia chaqueta y una falda bastante amplia, tenía que sujetarse la falda porque el aire se la levantaba.
Cuando iban a proceder al enterramiento del tío, los enterradores, sacaron del interior del nicho, los restos de la tía Enriqueta, la mujer del difunto, que le había precedido hacía ya muchos años y los dejaron sobre un panteón que había al lado del grupo de nichos.
Imaginaos la escena: todos los asistentes, con el continente propio de la ocasión, alrededor del nicho en el cual se iban a depositar los restos mortales del tío Francesc.
De súbito, se levantó una fuerte ráfaga de aire y los restos mortales de la pobre tía Enriqueta, fueron a parar a los rostros de los asistentes que no pudieron evitar quedar estupefactos, boquiabiertos y medio desmayados.
En aquel momento, a Joan le pareció, aunque, claro está nunca pudo estar seguro de ello, oir una carcajada contenida procedente del ataud del tío Francesc.
FIN
NOTA: TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
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