martes, 13 de diciembre de 2011

ARDUA DECISION - NOVELA


SINOPSIS




Después de conocer a César, escritor ya consagrado, Johanna, novelista incipiente, inicia una relación sentimental con él. A pesar de la diferencia de edades, ambos se enamoran y deciden unir sus vidas. La sorpresa de Johanna será mayúscula cuando al cabo de unos años de convivencia descubre determinados hechos que la llevarán a cuestionar esa relación. Todo ello en el marco del descubrimiento del tráfico de bebés durante la Dictadura franquista.



A continuació unos capítulos de la novela:



Poco tiempo después fue invitada una fiesta que daban Enzo y Mila.
Había conocido a Enzo y a Mila en una exposición de pintura, hacía ya bastante tiempo.
Simpatizaron y volvieron a verse en un concierto en el Palau de la Música y otro día, en el Liceo. Trabaron amistad y se veían a menudo.
Enzo le había pedido que posase para uno de sus cuadros y aunque al principio dudó un poco, acabó aceptando.
El cuadro ya estaba terminado. Se sentía contenta con el resultado.
Entonces, la habían invitado a aquella fiesta.
Al principio se había sentido bastante aburrida.
Mientras observaba al resto de invitados con una leve sonrisa en los labios, se dio cuenta de que acababa de llegar un hombre bastante alto. Elegante, vestía pantalones grises y chaqueta azul oscuro, camisa color salmón. Moreno, ya canoso, con una cuidada barba. Aparentaba  entre 55 y 60 años. La penetrante mirada de sus ojos oscuros se cruzó con la suya y ella le reconoció.
Se trataba de César Arnedo, escritor uruguayo que había ganado varios premios importantes de literatura.
Lo encontró más atractivo en persona que en las fotografías.
Se dio cuenta en diversas ocasiones de que él le estaba mirando.
Finalmente, vio que hablaba con Mila, que miró hacía ella.
Al poco rato su anfitriona y el escritor le se acercaron.
"Johanna, quiero presentarte a César Arnedo. Ella es Johanna Hoek".
Ella le ofreció su mano que él estrechó.
Mila habló unos momentos con ellos y luego se alejó para atender a otros invitados.




VII


"¿Puedo sentarme a su lado?" - Preguntó César.
"Claro".
Se sentó en otro sillón.
"Hace un rato que la estoy observando"
"¿Sí?"
"Cuando la he visto por primera vez, sentada en este antiguo sillón, con ese vestido de tonos rojos y granates y esa espléndida cabellera rizada de color cobre suelta sobre los hombros, me ha recordado Vd. a una madonna de Tiziano".
"¿Tan antigua me veo?"
"No, al contrario. Se la vé atemporal. No parece Vd. una mujer que se vista para seguir la moda. Y la luz se refleja sobre Vd. dándole un colorido muy especial"
Sus palabras parecieron complacerla.
"Tiziano es también uno de mis pintores preferidos".
"Además de Tiziano qué otros pintores le gustan?"
"Velázquez, Murillo. El Greco, Goya, David, Durero, Rubens, Leonardo, Miuel Ángel, Van Eyck, Gainsborough, Rafael, Turner, Picasso, Van Gogh, los impresionistas, los puntillistas, Dalí, Miró, pero no todo, sólo algun cuadro en especial"
"¿Veo que es ecléctica en sus gustos sobre pintura?"


"¿Y Vd.?"
"También"
"¿Así que Vd. es el famoso escritor?"
El sonrió divertido.
"Me han dicho que Vd. también escribe"
"Sí, pero he empezado hace poco. Dos novelas"
"Tengo entendido que se han vendido muy bien"
"No puedo quejarme"
Continuaron conversando sobre escritores, pintura y música.
Johanna se sintió atraída por César pese a la diferencia de edad.
Era un hombre atractivo y elegante. un caballero, educado, con una amplia cultura, con interés hacia muchos y muy diversos temas. Sus ojos y su porte evidenciaban su fuerza y su magnetismo.
Su voz, cálida y grave, con el acento uruguayo que daba a su castellano un encanto especial, la cautivó desde el primer momento.
Ya tarde, él se despidió de ella y de sus anfitriones y otros invitados.
Al día siguiente, a las ocho de la tarde, su anfitrión inauguraba una exposición en una céntrica galería de arte barcelonesa. Quedaron en verse allí.




VIII




Por la tarde, al llegar a la sala de exposiciones, Johanna comprobó que César había llegado antes.
Cuando la vio se dirigió hacía ella sonriente.
"!Creí que ya no venía!"
"Hay mucho tráfico y el taxi ha tardado en llegar".
Visitaron juntos la exposición, se detuvieron ante uno de los cuadros expuestos.
Era un magnífico retrato de Johanna con el mar al fondo.
Llevaba ya la señal de "adquirido" y ella se asombró de la rapidez en que se había vendido.
Su anfitrión se acercó a ellos y ella le preguntó si podía decirle quien había adquirido su retrato. Enzo miró a César pidiéndole permiso y éste asintió.
"Lo ha adquirido César"
Ella se admiró de que lo hubiese comprado.
"¿Suele hacer de modelo a menudo?" - le preguntó él.
"Es la primera vez".
"¿Y cómo es que se decidió a posar?"
"Enzo me lo pidió. Me dijo que siempre había pintado mujeres muy delgadas y etéreas y con colores muy suaves y que ahora deseaba pintar a modelos más corpóreas y rellenitas Mujeres más reales. Creo que a mi no me vé como una mujer delgada y etérea" – Respondió con humor.
Johanna no era ni muy delgada ni muy gruesa pero era más de bien de huesos anchos. Bastante alta, con largas piernas.
Enzo Asintió.
"Es cierto. Ya estoy cansado de pintar mujeres muy estilizadas. Quiero modelos más reales. Con curvas más marcadas, que se vean más sólidas"
César sonrió.
"Desde luego en este cuadro has conseguido que Johanna despida energía y vitalidad".
"Os dejo. Debo hablar con otros".
Se alejó. Johanna y César continuaron mirando los cuadros.
Les sirvieron canapés y copas de champagne que tomaron mientras continuaban charlando animadamente.
Al poco rato, César le preguntó:
"¿Tiene algún compromiso para cenar esta noche?"
"No, ninguno".
"¿Quiere que cenemos juntos?"
"¿Porqué no?"
"¿A qué restaurante le gustaría ir?"
"No muy lejos de aquí hay un buen restaurante dedicado a la cocina mediterránea. ¿Le parece bien?"
"Claro".
Después de despedirse de los anfitriones salieron a la calle y fueron andando hacia el restaurante.
El local estaba sólo a unas pocas manzanas de casas.
Era un lugar no muy grande, decorado con motivos marineros.
Escogieron los platos y los encargaron. Como habían pedido pescado les recomendaron un vino blanco algo afrutado.
Mientras cenaban hablaron de sus vidas y de sus proyectos.
César le dijo:
"Creo que podríamos empezar a tutearnos ¿No te parece?"
"Me parece bien".




IX




"Mila me dijo que eras divorciada. ¿Hace mucho tiempo?"
"Hace casi diez años".
"¿Tienes hijos?".
"No. Tuve una hija pero murió a los siete años"
"Lo siento. No debí preguntártelo".
"No te preocupes. Ahora puedo ya hablar de ello sin que me duela tanto como antes. ¿Y tú? ¿Estás casado? ¿Tienes hijos?"
"Soy viudo. Mi mujer murió hace ya ocho años. No tuvimos hijos. Sin embargo, cuando me casé con ella, Ulrike, era viuda y tenía dos hijos de su primer matrimonio: Frederick y Ernst, que crecieron junto a nosotros y a quienes siempre he considerado como hijos. Ahora ya tienen sus propias familias".
"¿Tienes más familia?".
"No. Tuve una hermana pero murió hace más de veinte años. ¿Y, tú?"
"Fui hija única. Mis padres viven aún. En un pueblo de la costa valenciana, Xilxes."
"¿Cuando empezaste a escribir?".
"Hace cuatro o cinco años. Antes trabajaba como traductora en una editorial. Pero escribir me ha gustado siempre. En el colegio siempre tuve facilidad para las redacciones y los relatos".
Siguieron hablando de literatura y de diversos autores. De música, de teatro, de cine.
Cuando terminaron de cenar, salieron a la calle y él quiso acompañarla a su casa. Fueron andando.
Se sentían bien juntos, sin ganas de despedirse.
La noche era calurosa, aunque amenazaba tormenta.
Durante el día había hecho mucho bochorno y cuando ya estaban muy cerca del apartamento de Johanna, estalló la tormenta y comenzó a llover torrencialmente.
Llegaron empapados al portal del edificio en el que Johanna tenía su apartamento.
Ella le preguntó:
"¿Quieres subir a secarte un poco y a tomar una última copa?"
"Me gustaría mucho"
Subieron al décimo piso. Johanna abrió la puerta y entraron a un apartamento con un amplio salón, con una puerta vidriera que daba a una terraza llena de plantas.
La estancia, pintada con colores muy claros y decorada con muebles modernos y funcionales, contaba sin embargo, con algunas piezas más clásicas en un elegante contraste.
Johanna le enseñó donde estaba el cuarto de baño, al lado de su dormitorio y le trajo un albornoz y una toalla y unas zapatillas para que se quitase sus ropas mojadas.
Ella también entró en su dormitorio y se secó y cambió de ropa.
Cuando apareció vestida con otro albornoz, con una toalla enrollada en la cabeza para que se secasen sus cabellos, César la miró con una mirada en la que ella comprendió que la deseaba.
Se había sentado en el sofá y ella de ofreció algo de beber.
Le sirvió un whisky y al entregarle el vaso, él retuvo su mano.
Sin apartar su mirada de la de él, Johanna se sentó a su lado en el sofá y entonces él dejó el vaso sobre una mesita auxiliar y acercó su cara a la de ella, buscando sus labios.
Ella le siguió el juego y aquel primer beso tuvo una dulzura y una ternura que asombró a ambos.
A aquel beso siguieron otros. Sintió la boca de él contra la suya, sus labios sobre los suyos y su lengua buscando la de ella hasta que Johanna notó como aquellos labios, despertaban en su interior un fuego que la obligó a responder a los besos del hombre, primero despacio pero, poco a poco, desesperadamente, como si en el mundo no hubiese nada más importante que los labios de él, que aquella boca sobre la suya, que le dominaba la voluntad, mientras las manos de César empezaban a recorrer su cuerpo y la acariciaban. Sintió una sacudida tal de deseo que se estremeció.
El se dio cuenta en el acto y rodeó con su brazo la cintura de ella y así enlazados, fueron hasta la cama del dormitorio y tendiéndola en ella, la ayudó a quitarse el albornoz y la toalla de la cabeza, dejando suelta su cabellera, sin dejar de observarla con una mirada indescifrable en sus oscuras pupilas. A continuación se quitó también el albornoz.
Cuando estuvieron completamente desnudos, se colocó sobre ella y empezó a besarla en el cuello. Su olor mezclado, con el suave perfume que ella usaba, le excitó en gran manera.
Le estuvo acariciando los senos y frotándole los pequeños pezones que se endurecieron al momento.
Entonces, se los chupó y mordisqueó mientras su mano derecha, bajaba hasta su pelvis y se abría camino entre sus piernas hacia su vagina, introduciendo en ella los dedos para juguetear con su clítoris, mientras ella le animaba a seguir.
César continuó con sus caricias y luego, su cabeza fue descendiendo por el estómago y el vientre de ella, hasta que su boca llegó a su vulva, ya completamente mojada, y que él lamió y chupó, mientras ella le acariciaba la cabeza con los dedos dentro de sus ondulados cabellos. La barba de él, haciéndole cosquillas en sus partes más íntimas, era una sensación desconocida para ella, que le encantó. Consiguió excitarla al máximo y hizo que se sintiera completamente a punto para el coito, cosa de la que él se apercibió.
Johanna se estremecía como consecuencia del placer que estaba sintiendo y al momento sintió el pene del hombre, grande y duro que irrumpió dentro de ella como un caballo desbocado que lo arrollaba todo a su paso, avanzando en su interior, poseyéndola enérgicamente. Respondió a sus embates, acoplándose a los movimientos de él, hasta que los dos, descontrolados totalmente, se entregaron uno a otro, con una fuerza y una pasión que les arrancó a ambos un grito de triunfo.
Después del orgasmo, se dejaron caer en la cama, uno al lado del otro, mirándose intensamente sin necesidad de hablar, mientras la lluvia seguía cayendo.




X




Cuando Johanna despertó, era ya de día. Un día gris y húmedo. Había dejado de llover, aunque el ambiente estaba fresco.
A su lado, César dormía tranquilamente con una sonrisa de satisfacción en los labios.
Pudo observarlo a su gusto y se maravilló de las sensaciones que él había despertado en ella.
Hacía años que no se había sentido tan bien. La muerte de su hija y el abandono de Carlos le habían hecho tanto daño, que se había creído incapaz de volver a sentir lo que había sentido aquella noche.
Aquel hombre, con sus caricias dulces y sabias a la vez y con un vigor inesperado pese a sus años y cuyos besos le hicieron perder el tino, había conseguido volver a despertar su sexualidad, antaño desbordante y mucho tiempo adormecida.
Sintió deseos de besarle y lo hizo en la frente.
El despertó y al verla junto a él le sonrió encantado.
"Buenos días, querida. ¿Cómo te sientes hoy?"
"Muy bien. ¿Y, tú?"
"!Magníficamente!. !Como no me había sentido en muchos años!".
Se miraron satisfechos.
Ella se acurrucó junto a él que la abrazó y le dijo al oído:
"Me has hecho muy feliz. Eres encantadora"
Johanna le besó, agradeciéndole sus palabras.
!Se sentían tan bien juntos!.No tenían ganas de separarse. Bajo las sábanas sus cuerpos conservaban el calor pese al fresco de la mañana.
Estuvieron así un buen rato hasta que finalmente, César miró el reloj y volvió a la realidad.
"Debo levantarme. A las once tengo una entrevista con mi editor y luego he de almorzar con él".
"Bien. Si quieres puedes ducharte mientras preparo el desayuno. Tu ropa debe haberse secado ya"
"De acuerdo".
Se levantaron.
Mientras preparaba café y unas tostadas, después de ponerse el albornoz, Johanna oyó a César canturreando en el cuarto de baño.
Cuando se acercó a la cocina, ya vestido, volvió a besarla.
Le ayudó a llevar las cosas a la mesa. Se sentaron y ella le sirvió el café.
Desayunaron tranquilamente.
"Me gustaría regalarte tu retrato"
"No. Quédatelo. No va a ser el único cuadro en el que posaré para Enzo. Me complace que lo tengas tú. Así quizás te acordarás de mi".
"No necesito el cuadro para acordarme de ti y te aseguro que no olvidaré esa maravillosa noche que hemos pasado juntos"
"¿Cuando te marchas?" - preguntó Johanna.
"Esta tarde, a las ocho. Voy a estar toda la tarde firmando libros en la librería "SOL Y LUNA". Mañana estaré en Madrid y pasado mañana vuelvo a Alemania. Te dejo una tarjeta con mi número de teléfono privado. Si vienes a Münich me encantaría recibirte en mi casa".
"¿No tienes pensado volver a Barcelona?"
"De momento no. Sin embargo me gustaría que me anotases tu teléfono para llamarte".
Johanna se levantó de la silla. Fue hacía un secreter y sacó una tarjeta que entregó a César.
Este se puso también en pie.
"Debo marcharme. Te doy las gracias por tu compañía y por esta noche. Te prometo que volveremos a vernos pronto".
"No tienes que prometerme nada. Hemos pasado juntos una noche porque los dos lo deseábamos y hemos tenido la suerte de ha sido gratificante para los dos. No me debes nada".
Fueron hacía la puerta del piso. César la besó y la abrazó.
"!Hasta pronto!".
"!Adiós!"
Al día siguiente mientras estaba preparando sus maletas pues pensaba pasar unos días en Xilxes con sus padres, sonó el timbre de la puerta de su piso y cuando abrió se encontró con un repartidor que le entregó un hermoso ramo de rosas rojas.
Le dio una propina al muchacho y dejando las flores sobre la mesa del comedor leyó la tarjeta que iba con ellas.
"Gracias por todo" - y la firma, César.
Sonrió. A pesar de todo, antes de partir, había tenido tiempo de encargar las flores.
Las colocó en un jarrón y luego encima de un mueble auxiliar del salón. Quedó satisfecha con el efecto que hacían.
Le hizo ilusión que César hubiera pensado en ese detalle.
Siguió preparando el equipaje y una vez lo tuvo listo, y después de asegurarse de que todo en el piso quedaba bien cerrado, lo bajó hasta el garaje para cargarlo en su coche.
Eran casi las once y tenia por delante unas tres horas de viaje.
Salió de Barcelona por la Diagonal y luego sólo tenia que tomar la autopista A-7, que la llevaría hasta el pueblo adonde se dirigía.
Sus padres ya sabían que iba para allí y la esperaban para almorzar.


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